Carlos Alejandro Soria Vildòsola

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Lugar: Argentina

miércoles, 18 de febrero de 2015

HISTORIA DEL CUADRO DE LA DIVINA MISERICORDIA DEL TEMPLO DE SAN FRANCISCO SOLANO DE LA CIUDAD DE SGO. DEL ESTERO, REP. ARGENTINA

     Nunca he sido devota de las imágenes a excepción de la de la Ssma Virgen a cuya intercesión debo mi vida. Es por eso que, cada vez que entro en una iglesia, aún a riesgo de pecar de ingratitud con la Santísima Madre, sólo atino a dirigirme hacia el Sagrario.
     Sin embargo no a todas las personas les atrae el Sagrario. La mayoría necesita ver la imagen para sentirse inspirada en su oración: necesitan hablar con una persona visible, aunque sea dibujada. Y algunas imágenes las conmueven más que otras. Tal vez por eso María se ha presentado con tantos ¨vestidos¨ distintos. Por eso también, quizás, Jesús ha querido mostrarse ostentando su Divino Corazón y, también, pregonando su Misericordia.
     Pensando en esto, cuando en el año 1985,  en Córdoba - a donde por ese entonces viajaba todos los meses - me ofrecieron unas imágenes de Jesús de la Divina Misericordia, no pude rechazarlas aún cuando era una devoción nueva poco conocida por entonces.
     Al volver a Sgo del Estero, alguien en mi grupo de oración tocó el tema de la Divina Misericordia y yo les mostré las imágenes: me las sacaron de las manos y me pidieron que consiguiera más para repartir en sus familias. Desde entonces, todos los meses, a mí me regalaban las imágenes en Córdoba y yo las regalaba en Sgo del Estero. Así me transformé, sin pensarlo, en difusora de la Misericordia Divina.
    Las integrantes del grupo de oración ¨Aleluya¨ de la Iglesia Catedral, al que yo pertenecía, enamoradas de la imágen, decidieron hacer un cuadrito  y pidieron autorización al entonces párroco de la catedral P. Angel Carrizo, para colocarlo en alguna de las paredes de la iglesia. Conseguida la autorización, la imagen comenzó a ser venerada en nuestro templo mayor, era el año 1991.
     Por esa época sentí el impulso de hacer otro cuadro para traerlo a la iglesia de San Francisco Solano,  que yo consideraba mi templo parroquial, cuyo párroco era entonces Fray Eduardo Zatti. Con su autorización lo colgué en el primero de los altares que se encuentra, entrando al templo, sobre la mano izquierda.
     Tuvo tal aceptación que, al poco tiempo, todo el nylon que recubre el mantel del altar estaba completamente cubierto de papelitos que la gente pegaba con cinta adhesiva agradeciendo los favores recibidos. Yo solía ponerme a leerlos. Lo que más me llamaba la atención era la cantidad de alumnos que daban gracias por el éxito de sus exámenes, en medio de otros que agradecían por su salud o por otros motivos.
     Un día el cuadro desapareció. Enrique, el sacristán, dijo haber visto pies marcados sobre el mantel del altar como si alguien se hubiese subido para descolgarlo. Me quedé muy triste. Sin duda también lo estuvieron todos los que le rezaban con tanta fe, pero no me animé a hacer otro de miedo a que sufriera la misma suerte.
     Pasó el tiempo. Yo ya no viajaba a Córdoba todos los meses y, por consiguiente, ya no traía más imágenes, pero me enteré de que otra persona las traía y las vendía junto con llaveros y libritos. Mucha gente los compraba. 
     Por ese entonces sucedió que, estando en el grupo de oración, una compañera - la Sra Nora de Gastaminza - sacó una imágen de Jesús de la Divina Misericordia más grande que las que yo traía, esta tenía el tamaño de una hoja de oficio, y me la entregó diciendo que sentía que tenía que ser para mí. La acepté con mucho gusto. Al llegar a casa busqué en donde colocar el cuadro cuando lo hiciera y, no encontrando ningun lugar apropiado, la guardé y me olvidé completamente de ella.
     Pasaron unos años hasta que una vez, estando yo en oración frente al Sagrario, en el templo de San Francisco Solano, durante mi hora semanal de adoración  como miembro de la Liga Eucarística de María Asunta, sentí que algo se deslizaba de mi carpeta e iba a parar al centro de la nave principal, frente al altar mayor. Cuál no sería mi sorpresa al ver que se trataba de la imágen de Jesús de la Divina Misericordia de la que yo ya ni me acordaba!...
     Dije para mí: ¨Es indudable que Él quiere quedarse en este templo¨. Fui a ver a un amigo de la familia - el arquitecto Víctor González - que es un artista con sus manos, y le pedí que enmarcara la imagen.
     Él hizo un cuadro precioso. Lo llevamos al templo y buscamos dónde colocarlo, que no fuera cerca de la entrada para que no volvieran a robarlo. Teníamos la autorización del P. Zatti para ponerlo en donde nuestro amigo arquitecto pensara que quedaba mejor.
     El único lugar apropiado era la pared que estaba libre junto al Sagrario, ¡ pero el cuadro era tan pequeño para ese lugar!...Nos fuimos sin colocarlo.
     Al poco tiempo me enteré por una amiga - Imelda Rocha de López - de que la la persona que traía todo lo de la Divina Misericordia tenía una imagen grande y muy hermosa. Fui a comprarla: ¡era realmente bellísima!, sólo que no costaba $5 como yo había entendido, sino $50: muchísimo más de lo que yo solía llevar conmigo...
     Como era la única que quedaba y no quería perderla busqué y rebusqué en mi cartera contra toda esperanza. ¡ Cual no sería mi alegría cuando, en uno de los bolsillos encontré un billete de $50 y la pude comprar!...
     De inmediato se la llevé al arquitecto González - quien también opinó que era preciosa  - para que la enmarcara. Pero una fractura en su mano hizo que pasara mucho más tiempo que el esperado sin que el trabajo pudiera ser terminado.
      Así estaban las cosas cuando recibí el llamado telefónico de la Sra Blanca de Ruiz Taboada, a quien yo sólo coocía de vista, diciéndome que se había enterado de que yo estaba haciendo hacer un cuadro de la Divina Misericordia para el templo de San Francisco. Sorprendida, le dije que así era en efecto y le pregunté qué la llevaba a hacerme ese comentario. Me dijo que en esos días se iba a comenzar a rezar la novena de la Divina Misericordia y que les gustaría tener el cuadro para esa oportunidad.
     Le comenté el inconveniente que habíamos tenido por el accidente de quien lo estaba haciendo y le prometí averiguar cómo andaba el trabajo. Corté con ella y llamé al arquitecto González. Casi no podía creer lo que estab oyendo cuando nuestro amigo me dijo: ¨Hoy lo colgamos¨...
     El arquitecto, mi marido y yo,  con la ayuda de Enrique - el sacristán - lo ubicamos en el lugar elegido.  Y con mucha alegría el padre Zatti lo entronizó solemnemente el día de la Divina Misericordia del año 1996.
    ¡ El Señor había elegido, no solamente el lugar, sino también el día en que quería ser entronizado!...
     

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