Carlos Alejandro Soria Vildòsola

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jueves, 8 de marzo de 2018

MARÍA ADELA AUGUSTA FAUTARIO de MONCHE


 

MARÍA ADELA AUGUSTA FAUTARIO de MONCHE


FRANCIA, fines del siglo XIX, 1880 aproximadamente: los partidarios de la república habían triunfado sobre Napoleón III.
No sé si durante las luchas o después, en la guillotina, moría el Conde Augusto de Monche.
 Los republicanos pensaban en acabar con todos los vencidos y sus familias para evitar un nuevo intento de instaurar la monarquía en Francia.
Adele Rouselle, condesa de Monche, comprendió que ya era inútil tratar de seguir escondiéndose y que debía huir para ponerse a salvo con sus dos hijos: Camile, de 20  años y Víctor de 18.
Fue así que, ayudada por algunos amigos, decidió embarcarse de incógnito en un barco que partía hacia América, llevando consigo todo lo que le fuera posible.
  ITALIA, por ese mismo tiempo:   en Florencia, el príncipe  Samuel Fautario, que años antes había aconsejado a su hijo Silvio hacerse sacerdote pensando en que, por ser él uno de los príncipes que colaboraba fuertemente con el Vaticano, la carrera de su hijo dentro de la Iglesia estaría asegurada, se encontraba con la confesión de su hijo que acababa de ordenarse:¨Padre, no puedo seguir. Esto no es para mí. Yo quiero casarme y tener una familia¨.
 Desesperado, pensando en que la vida de su hijo,  al que mucho amaba, corría peligro, le dio una fuerte suma de dinero y lo ayudó a embarcarse rumbo a América para que comenzara una nueva vida en el anonimato.
Quiso el destino que Silvio Fautario y la condesa de Monche se encontraran en el mismo barco.  Silvio y Camile, ambos jóvenes y de noble estirpe, encontraron que tenían mucho en común, aunque ambos ignoraban el origen del otro. Esto era mantenido por ambos en un absoluto silencio: sus vidas dependían de eso.
Durante el largo y penoso viaje, los jóvenes se enamoraron y - no lo sé a ciencia cierta - creo que en el mismo barco se casaron.
Llegaron a Brasil luego, por tierra, a la Rep. Argentina, donde, para pasar más desapercibidos, se separaron: Adele, con su hijo Víctor, quedaron en Goya, Corrientes,  apenas un caserío por entonces. El joven matrimonio siguió viaje hasta otro ignoto  pueblecito: Jesús María, en la provincia de Córdoba, donde se instalaron y fundaron una escuela en la que Silvio enseñaba las materias correspondientes y Camile daba clases de música.
Allí nacieron sus hijos: Silvio,  Silvia, Virginia, María Adela Augusta (7-9-1892 / -3-1982 ) - que llevaba el nombre de sus abuelos (Augusto de Monche y AdelaSpisonelli , esposa del príncipe  Samuel Fautario)  Pedro,  Ángel y Flora.
Silvio y Camile dieron una educación muy esmerada a sus hijos, como correspondía a miembros de la nobleza: aparte de las materias propias de la escuela, se les enseñaban modales y comportamiento en sociedad; aprendieron a hablar correctamente el castellano, el francés y el italiano y todos ellos aprendían a cantar y a tocar algún instrumento - María Adela Augusta tocaba el violín -.
Cuando el hijo mayor era aún muy joven, fallece Silvio. Camile se sintió desamparada. No sabía qué hacer. Tenían dinero, pero no duraría para siempre y ella sola no podía mantener la escuela, que tuvo que cerrarse.
 Pensó en la familia de su marido, ellos tenían derecho a saber lo que había sido de su hijo, así que se decidió a confesarle la verdad de su origen solamente al hijo mayor, haciéndole prometer que no diría nada a sus hermanos. Luego lo mandó a Italia a llevar la triste noticia a la familia Fautario.  Ellos, inmensamente ricos, enviaron gran cantidad de dinero para los hijos de Silvio.
Ya anciano, Silvio (h) les contó a sus hijas de este viaje: además de las peripecias que tuvo que pasar para llegar, les dijo que había quedado impactado al ver el inmenso palacio en que vivían sus abuelos, el cual tenía cinco entradas, todas ellas con marquesinas. Les comentó también con cuanto afecto lo habían tratado; que se habían sentido muy felices de que Silvio hubiera podido formar una familia con una joven de la nobleza y que querían saber todo sobre sus otros nietos y lamentaban no poder conocerlos. Fue la primera vez que él habló de su origen noble.  - No sé si todos los hermanos se enteraron de esto, creo que no -.
Con ese dinero, el bienestar de la familia estaba asegurado, pero Camile seguía sintiendo miedo de ser descubierta y de que sus hijos corrieran peligro, Así que aceptó los galanteos de un comerciante en carnes de apellido Ceballos, con el cual se casó. Nunca imaginó la pobre lo mal que había elegido.
Cuando este hombre, que tenía un hermano mucho más joven, se enteró de la herencia que sus hijastros habían recibido, empezó a pensar en apoderarse de ella. Con este fin mandó a su hermano a festejar a la mayor de las Jovencitas. Silvia, la que, al verse acosada por este hombre al que no quería, pidió permiso a su madre para ir a vivir a Goya con su abuela. La madre comprendió la situación y fue así que se confabularon para que pareciera una fuga.
Al enterarse Ceballos de la misma, se enfureció, pero aún le quedaban dos hermanas en edad de casarse: Virginia y María Adela Augusta.
 Ceballos decidió, que esta vez sería más enérgico y,  aprovechándose de la timidez y debilidad de carácter de Virginia, prácticamente le ordenó que se casara con su hermano. Virginia no supo oponerse y acepto esa boda no deseada que la hizo muy infeliz. Desde un principio fue para su marido,  que por cierto, no la amaba, poco más que un ama de llaves sin voz ni voto.
De esta forma, a través de su joven hermano, Ceballos empezó, poco a poco a ir disponiendo de la herencia de sus hijastros, sin que Camile supiera cómo oponerse.
Sintiéndose seguro ya, el mal hombre empezó a mostrarse tal cual era: obligó a los tres varones a dejar de estudiar y los hizo trabajar como peones en su carnicería. Los muchachos no aguantaron y se fuero de la casa.
A María Adela Augusta y a Flora, las hizo dejar sus estudios de música para que se dedicaran a las tareas domésticas.
Por esa época nació la única hija del segundo matrimonio de Camile: María Elena Ceballos, que gozó de todos los privilegios  de los que sus medio hermanos habían sido privados. Flora debió hacerle de niñera y no se separó de ella hasta su muerte, ya que permaneció soltera.
Al morir Camile, los ceballos se quedaron con toda la herencia que Samuel Fautario enviara para sus nietos,  dinero con el que compraron interminables campos en la provincia de Santa Fe, que fueron después heredados por los hijos de Virginia, quienes nunca supieron que su riqueza provenía del despojo que su padre y su tío habían hecho a los hermanos Fautario, sus tíos por parte de madre.
Virginia sufrió mucho por esta situación, le daba mucha vergüenza mirar a sus hermanos sabiendo que su marido les estaba robando, pero jamás dijo nada porque le tenía mucho miedo.
Mientras esto sucedía en Jesús María, José Anselmo Díaz y González, dueño de la Estancia Santa Catalina, contraía nupcias con Nicasia de Allende y Moyano. Tuvieron muchos hijos. Una de ellos fue Guillermina Díaz y allende.
Mientras, en otra parte,  Miguel de Argüello y Allende, desposado con Clementina Rueda y Bravo Díaz, dueños de la estancia Ascochinga, asistían al nacimiento de uno de sus varios hijos: Pablo de Argüello y Rueda.
Con el tiempo Pablo y Guillermina se casaron. Uno de los miembros de su prolífica familia fue Enrique de Argüello y Díaz.
Pablo y Guillermina fallecieron jóvenes en circunstancias que desconozco, razón por la cual los hermanos fueron separados para ser criados por sus tíos. 
Enrique fue criado como un señorito rico probablemente por alguna de las hermanas Díaz y Allende,   pero, por alguna razón, no cursó estudios superiores, por cuanto lo único que sabía era dirigir y administrar estancias, que era lo que había visto hacer toda su vida la que, al parecer, transcurrió en la estancia Santa Catalina. Me lleva a pensar esto el hecho de que aparece en una foto rodeado de otros jóvenes y bellas señoritas con hermosos vestidos y debajo de la foto , dice: Los Nogales.  Además el que sus paseos fueran por Jesús María, lugar en donde conoció a la que sería su esposa.
Al llegar a la mayoría de edad, recibió su parte de la herencia de sus padres. Era mucho dinero y él pensó que duraría para siempre, por lo cual no se le ocurrió que tenía que hacerlo producir. Al parecer, sus tíos lo mimaron pero fallaron al no enseñarle que había que trabajar para vivir.
Así las cosas, y muy seguro de su interminable riqueza, Enrique , montado en su brioso caballo solía recorrer las calles de Jesús María.
Cierto día,  al pasar por una casa, vio a la muchachita más hermosa que había visto en su vida: su bello rostro, que parecía de porcelana blanquísima,  estaba enmarcado por una cabellera de increíble color dorado y sus ojos, chispeantes y alegres, simulaban dos pedacitos de cielo.
Enrique la saludó tocando el ala de su sombrero mientras hacía caracolear a su caballo para impresionarle. Ella, bajando los ojos, se ruborizó.
Desde ese día empezó a pasar todas las tardes, a la misma hora, por esa casa esperando verla; y ella lo esperaba  Él la saludaba, ella se ruborizaba y eso era todo.
60 años más tarde, María Adela Augusta le comentaba a su nieta mayor que ella también se había enamorado de él desde la primera vez que lo vio: era tan apuesto y elegante, con su muy cuidado  bigote y esos hermosos ojos de color de miel... Siempre repetía: ¨Qué buen mozo que era mi viejo!¨
Un día Enrique se bajó del caballo. Ella se puso muy nerviosa y entró a la casa precipitadamente. Enrique tocó la puerta, se presentó y pidió permiso para hablar con ella. Así empezaron a conversar, hasta que un día la pidió en matrimonio. Camile estaba encantada: ese joven rico, elegante y distinguido le pareció muy adecuado para su hija. Ceballos también estuvo de acuerdo, veía la posibilidad de echarle mano a otra herencia.
La familia de Enrique se opuso terminantemente a la boda: ricas herederas rivalizaban por conseguir los favores de un joven tan apuesto y de excelente linaje como Enrique. No se explicaban cómo podía elegir a una ¨gringuita¨ hijastra de un carnicero... Por supuesto que todos ignoraban- aún ella misma - que la ¨gringuita¨ como ellos la llamaban despectivamente,  era la nieta de un príncipe y un conde, es decir: pertenecía a la nobleza europea.
A Enrique no le importaba su linaje: era la niña de quien se había enamorado. Se casaron. Ella tenía 16 años y él 26. Recién comenzaba el siglo  XX.
Todo fue bien al principio, pero muy pronto Enrique se dio cuenta de que ya casi no le quedaba dinero. Que hacer? Sin duda todos le iban a decir: te lo dijimos, debiste elegir a una joven de buena posición y de tu mismo nivel social...
Quiso el destino que por esa época llegara,  a disfrutar de un tiempo de descanso en su estancia La Paz, el Gral. Roca (su ya fallecida, esposa Clara Funes Díaz, era prima hermana de Guillermina  Díaz y Allende, la fallecida madre de Enrique). .
Enrique se decidió y fue a visitar a su Tio Alejandro Arguello, quien era muy amigo del Genreal Roca, quien intercedió para que lo nombraran administrador de la estancia La Larga, en Bs. As.
Fue así que Enrique y María, como él llamaba a su esposa, partieron rumbo a La Larga, donde ocuparon la hermosa casa que estaba destinada para ellos. Allí nacieron sus dos primeros hijos: Enrique Segundo (1910/1948)  y María Teresa (1911/ 2008). Y  también Julio Argentino (1913/ 1917)y Oscar José Antonio(1915/1917)
Son muchas los recuerdos que María Adela Augusta guardaba de su vida en la estancia La Larga, que ella le solía contar a la mayor de sus nietas que la escuchaba fascinada: Recordaba que el casco de la estancia estaba en medio de un hermoso jardín. Para acceder al casco, atravesaban el jardín a manera de los rayos de un sol, numerosos caminos, los que alternaban sus colores: uno blanco, uno rojo, uno blanco, uno rojo... Los rojos eran de ladrillo molido y los blancos de hueso molido.
Le gustaba comentar que, habiendo ya nacido sus dos hijos y siendo estos muy pequeños aún, el general se había fijado en cuanto trabajo le daban para mantenerlos dentro de la casa por temor a que fueran atropellados sin querer por algún jinete. Un día apareció  un inmenso corralito de unos cuatro metros por cinco en el patio de la casa bajo la arboleda. El general lo había hecho colocar allí para que ella pudiera dejar que sus niños jugaran al aire libre sin correr riesgos. Dentro del corralito había una pequeña me sita y unas sillitas. Después ellos llevaron allí sus juguetes.
A veces  sonreía al acordarse de que, cuando ella lavaba sus cabellos y los soltaba para que se secaran al sol, los peones dejaban de trabajar para mirarla. Nunca habían visto, al parecer, una cabellera dorada.
Solía contar también, que el general se movía dentro de la estancia en un pequeño carruaje tirado por tres yuntas de caballos petisos, decía ella, probablemente criollos.
Recordaba también cómo le gustaban los pavos reales. Por esta razón decidió criarlos. Para alimentar a los polluelos, los peones le juntaban huevos de avestruz que ella hacía hervir y partía por el medio para que ellos los comieran. Pronto su jardín se vio engalanado por un buen número de estas hermosas aves que  lucían, orgullosa sus espléndidos plumajes.
Solía evocar también sus tardes de té con la inglesa esposa del administrador general de Roca, Mr. Hamilton, con la que había congeniado...
La vida en la estancia del Gral. Roca fue muy agradable para el joven matrimonio y sus pequeños hijos. Lamentablemente duró poco. La muerte de la querida tía Clara fue un duro golpe para Enrique. Al poco tiempo se supo que una mujer se había instalado en el casco de la estancia. Enrique se enteró de que era una amante del general.
Cierto día él ve llegar el carruaje del general hasta la casa que ellos ocupaban. Se apresuró a salir a su encuentro. Cual no sería su sorpresa cuando del coche ve salir a una mujer quien pretendió
 ordenarle, con el atrevimiento propio de las amantes: -  ¨Que diez de estos pavos reales sean llevados al casco de la estancia¨ -. Enrique no se pudo contener y le preguntó: - ¨Puedo saber quién es Ud. señora?¨ -  ¨Soy la esposa del general¨ -  contestó ella sin dudarlo. Enrique, conteniendo a duras penas su indignación le dijo en el tono más amable que pudo: -  ¨Lo siento, la esposa del general era mi tía y ha muerto y estos pavos son de mi señora y se quedan acᨠ- . La mujer enrojeció de furia y, pegando media vuelta se marchó.
Desde ese día Enrique ya no se sintió cómodo en la estancia. Se enteró de que su pariente Juárez Celman necesitaba alguien de confianza para poner al frente de la estancia que tenía en el límite con La Pampa. Allí se criaban ovejas cara negra. Habló con él y este se manifestó en cantado. Fue así que partieron a su nuevo destino.
El clima en este lugar era muy hostil: frío y con fuertes vientos que en pocas horas hacían que los médanos cambiaran de lugar. Había que mantener un cuidado permanente  sobre las ovejas que corrían peligro de quedar sepultadas bajo montañas de arena si no eran movidas a tiempo. Aún así no siempre se las podía salvar a todas. Era muy triste, recordaba María Adela Augusta, ver que, cuando los médanos cambiaban de posición quedaba el tendal de ovejas muertas que no habían podido ser rescatadas El trabajo era agotador, pero Enrique ya había aprendido que había que trabajar para vivir.
No sé el tiempo que estuvieron viviendo allí,  Pero al parecer fue breve.
De allí volvieron a Jesús María donde  buscaron  refugio en Santa Catalina.

Debió ser muy difícil para Enrique tener que pedirle ayuda a su abuela Nicasia, sabía que era muy orgullosa y, sin duda, no  habría olvidado que él se había casado en contra de su voluntad, por lo que, seguramente, seguiría muy resentida.
Pero no le quedaba otro camino que tragarse su orgullo y suplicar...
Es de suponer que Nicasia lo recibió muy fríamente y lo aceptó en la estancia sólo  porque no tuvo corazón de dejarlo en la calle con cuatro niños pequeños.
Al conocer a la bella esposa de su nieto, la anciana  debió darse cuenta enseguida de que no era una gringuita cualquiera, como ella había pensado, sino una joven de educación muy refinaday exquisitas maneras, pero su orgullo no le permitió dar el brazo a torcer y mantuvo su rígida e intolerante posición
A pesar de que debió sentir que ella no era aceptada por su abuela política, María Adela Augusta cumplió siempre con el protocolo que le exigía la educación recibida de sus padres, la educación que se daba en Europa a los miembros de la nobleza. Por esta razón, sin hacer caso de los desaires, cada tanto arreglaba bien a sus hijos y los llevaba para que la bisabuela los viera. Era lo que correspondía.
Al parecer la bisabuela nunca mostró la más mínima simpatía por los bisnietos, y aunque María Adela Augusta no le daba importancia a este hecho, atribuyéndolo al mal carácter de la anciana,a  los niños, o al menos a  María Teresa, esto les caía mal, lo digo prque una vez María Teresa comento: ¨Mamá nos vestía bien y nos llevaba para que nos viera la vieja Nicasia¨... Lo que da a entender que no era precisamente cariño lo que la bisabuela les inspiraba.
 Es muy posible que María Adela Augusta haya venido embarazada y que esa haya sido la razón por la que abandonaran la estancia de Juarez Celman, ya que era un lugar demasiado alejado de los centros poblados.   María Guillermina debió nacer  (1917/ 1999  )  en la estancia y sin duda permanecieron allí bastante tiempo, porque María Guillermina solía contarles a sus hijos los recuerdos que ella tenía de su vida en Santa Catalina cuando era muy pequeña.
Después de nacida María Guillermina, María Adela Augusta debio permanecer en cuarentena, como aconsejaban los médicos de la época. 
Fue en ese lapso de tiempo  cuando los niños contrajeron Escarlatina, enfermedad que se llevó la vida de Julio Argentino, de 4 años,  y de Oscar josé Antonio, de 2 años,  y estuvo a punto de llevarse tambiéen a Enrique Segundo, el primogénito, quien, por ese entonces,  contaba 7 años.
Sin duda se vieron obligados a permanecer en Santa Catalina  hasta que Enrique pudo conseguir un trabajo con   el que hacer frente al pago del  alquiler de una casa y mantener a su familia.)

Además de María Guillermina, nacieron en Santa Catalina Miguel Ángel (1919/ 1921) , Susana Lila Nela(1921/ 2014) y, casi con seguridad,  Nilda Aída(1923/   )  también.
Llegado el momento salieron a buscar  una casa. Al respecto María Teresa le contaba muchos años después a su ahijada: ”Fuimos con papá a buscar una casa para alquilar. Encontramos una hermosa. Nos extrañó mucho que pidieran tan poco por ella. Muy contentos nos instalamos pero, esa noche, los ruidos no nos dejaron dormir: eran golpes y pasos por toda la casa. Los peldaños de la escalera no dejaban de crujir como si subieran y bajaran por ellos, pero no había nadie. Sucedió lo mismo a la noche siguiente y a la otra, hasta que no pudimos aguantar y decidimos mudarnos. Tiempo después nos enteramos por la gente del pueblo que nadie quería alquilar esa casa porque decían que estaba embrujada¨.
En Jesús María fueron anotados: María Guillermina,  Miguel Ángel,el pequeño que falleció antes de cumplir los dos años como consecuencia de una quemadura que se infectó; Susana Lila Nela y Nilda Aída.
Por esa época Enrique estaba encargado de controlar el estado de los caminos de la zona. Contaba María Adela Augusta que su viejo, como ella le decía cariñosamente a su esposo, montaba su caballo muy temprano y empezaba a recorrer los caminos y, de paso visitaba a toda su familia que estaba en Santa Catalina, La Granja y Ascochinga. 
Cuando los hijos mayores debían asistir a la escuela secundaria,  se vinieron a Córdoba donde, su primo hermano Pedro J. Frías Díaz  (Perico Frías, como lo llamaban),  por ese entonces gobernador de Córdoba, lo hizo poner a cargo de parques y paseos, merced a lo cual vivían en una casa en el parque Sarmiento. Fue t una buena época: los chicos tenían todo el parque como patio de su casa. También hacían paseos a caballo por el mismo, como dan testimonio las fotos.
Con la muerte de su esposo dio comienzo a la etapa más difícil de la vida de María Adela Augusta. Sus hijos mayores acababan de terminar la escuela secundaria y los menores eran aún pequeños. Había tenido ocho hijos, cuatro varones  y cuatro mujeres: Enrique Segundo, nacido en 1910/1948; María Teresa, en 1911/2008; Julio Argentino, 1913/1917; Oscar José Antonio, en 1915/1917; María Guillermina, en 1917/1999; Miguel Ángel, en 1919/1921; Susana Lila Nela, en 1921/2014; y Nilda Aída, en 1923 / 2006. 
Tres de sus varones habían muerto de niños: Uno de una quemadura que se infectó y los otros dos de escarlatina. Enrique Segundo también había sido dado por muerto por la escarlatina y lo habían tapado con una sábana, tendría 7 años. Cuando le habían dicho a su padre que su último hijo varón (aún no había nacido Miguel Ángel)  había muerto, no lo pudo aceptar: lo destapó y empezó a friccionarlo enérgicamente con alcohol. El médico lo miraba con tristeza: Que podía hacer el alcohol en ese caso? Pero él no se dio por vencido y continuó refregando a su hijo por largo tiempo hasta que, ante los incrédulos ojos de todos, el niño reaccionó. Lo hubieran enterrado vivo...  
Su esposa se enteró un mes después de este suceso porque, como dije anteriormente,  estaba en cuarentena por el reciente nacimiento de María Guillermina. Siempre recordaba con inmensa tristeza: ¨Cuando me levanté, me enteré de que había perdido dos hijos¨...
Fue una gran gracia de Dios que Enrique Segundo  pudiera sobrevivir. Ahora que su padre estaba muerto, él sintió que era el responsable de la familia. Buscó trabajo y consiguió entrar en la policía donde realizaba tareas administrativas. Mas tarde lo nombraron en -Vialidad de la Nación, donde, por su inteligencia y su gran capacidad para las matemáticas, enseguida lo ascendieron  a pagador, que tenía la gran responsabilidad de llevar el dinero y pagar a todos los empleados de los campamentos para esa peligrosa tarea era acompañado por un chofer que hacía de guardia armado. Luego lo nombraron Habilitado, es decir ayudante del contador.  Por último lo ascendieron a  Contador del 12 distrito de Neuquén, lugar en donde falleció.
Hay un episodio en la vida de Enrique Argüello Díaz, que no sé en que época ni en qué lugar sucedió - tal vez durante un arreo -  pero que fue, a la postre, la causa de su muerte. De él me enteré de la siguiente manera: Estaba un día la nieta mayor de María Adela Augusta mirando la foto de su abuelo ya sin su bigote y preguntó: ¨Abuelita, por qué el abuelo se sacó el bigote?¨ - ¨Porque después del accidente le quedó una cicatriz en el labio en donde el bigote no crecía, así que se vio obligado a rasurárselo¨- contestó la abuela - Entonces la nieta quiso saber sobre el accidente y fue entonces que la abuela  le contó que un toro embistió el caballo que Enrique montaba, haciéndolo rodar, junto con su jinete cuesta abajo en una ladera.  Aplastado repetidamente por su cabalgadura, Enrique su fió lesiones gravísimas de las que no sabían si lograría sobrevivir. Su cabeza estaba muy hinchada - contaba María Adela Augusta - y estuvo inconsciente mucho tiempo. Volvió en si pero sus glándulas suprarrenales habían sido irremediablemente dañadas lo que le provocó la enfermedad de Adison, que al tiempo produjo su deceso. Sus restos fueron enterrados en el panteón de los Juárez Celman, en el cementerio San Jerónimo, de la ciudad de Córdoba.
A la muerte de su esposo, María Adela Augusta y sus cinco  hijos debieron dejar la casa del parque Sarmiento y fueron a vivir a una finca en el kilómetro 20 camino a Alta Gracia. Viendo que desde allí no podrían mandar a las más pequeñas al colegio. Las hijas del Gral. Roca se ofrecieron a ponerlas en un internado del que ellas se harían cargo. María Adela Augusta no quería separarse de sus hijas pero comprendió que no le quedaba otra alternativa.  Fue así que Guillermina y Susana terminaron en el internado. Creo que, por alguna razón, fue por poco tiempo. Las hermanas Roca, primas de su marido le hacían llegar también bolsas de ropa para las niñas.
Por fin, llegó el día en que pudieron venir a vivir a la ciudad de Córdoba.  Ocuparon  una casa situada en la calle Santa fe, primera cuadra creo.  María Teresa consiguió que la nombraran celadora en la Escuela Normal Alejandro Carbó. Enrique Segundo se casó con Hilda Rosa Peregrina Gottardi Marasso. Nilda Aída con Dante Mario  Procaccini - al que conoció porque los Procaccini vivían en la casa que estaba justo  frente a la de ella - y se fueron a vivir a Puerto Madryn.  Sólo quedaron con María Adela Augusta María Teresa,  María Guillermina y Susana Lila Nela.
Algún  tiempo después, gracias a Cipriano Argüello Pitt, pariente de su esposo, pudo comprar el departamento de la calle Rivadavia 290.
Luego se casó María Guillermina con Juan Francisco Rovaretti y se fueron a vivir a una finca en Pilar.
Había quedado sola con dos hijas y el departamento era grande. Con el casamiento de Enrique habían perdido una entrada. Contaban sólo con el sueldo de María Teresa, ya que Susana solamente conseguía suplencias breves. Entonces, contra la voluntad de sus hijas, María Adela Augusta decidió que tendría uno o dos pensionistas para tener una entrada más.
Por esa época los estudiantes universitarios venían a Córdoba cada vez en más cantidad. Todos buscaban pensiones o casas de familia que los pudieran alojar. Era común que familias que quedaban con grandes casas después del casamiento de sus hijos, aceptaran a estos jóvenes a los que trataban como un miembro más de la familia. Durante varios años María Adela Augusta hizo esto, sólo que no les daba ninguna ganancia y sí mucho trabajo, porque ella casi no les cobraba y los colmaba de atenciones. Creo que veía en ellos a los hijos que había perdido.
Cuando Susana consiguió un puesto estable como maestra del hogar de menores madres, las dos hijas se pusieron firmes y le prohibieron a la madre seguir teniendo pensionistas, con el sueldo de las dos era suficiente. Ella les hizo caso a regañadientes, pero más tarde reconoció que, en realidad, ya estaba cansada de tanto trabajo. Era tiempo para descansar...
Ella y sus dos hijas que permanecieron solteras, vivieron en el Dpto. 3 de Rivadavia 290, hasta sus muertes: María Adela Augusta - la abuelita Adela - falleció en el mes de marzo de 1982 a los 89 años de edad. Sus hijas la sobrevivieron muchos años: María Teresa se marchó el 27 de marzo de 2008, a los 97 años y Susana el 24 de mayo de 2014, cuando ya había cumplido sus 93 años.
Con inmensa tristeza la familia se vio obligada a vender el departamento que guardaba tantas historias, tantos recuerdos, tantas anécdotas...

P.D.:
María Adela Augusta, como la he nombrado en todo el relato, fue bautizada Adela Augusta, pero más tarde su esposo le puso el nombre de María, al parecer porque le gustaba más que los otros. Ella asumió este nombre de tal forma que durante el resto de su vida firmó siempre: María F. de Argüello. al punto que cierta vez fue necesario hacer una aclaración sumaria con la declaración de testigos que la conocían de su infancia, para probar que Adela Augusta Fautario de Monche y María F. de Argüello, eran la misma persona.
Respetando el deseo de ella y de su esposo, incorporé el María a su nombre.
María Adela Augusta Fautario de Monche, María F. de Argüello, la abuelita Adela - que naciera un 7 de septiembre de 1892 y,por esas coincidencias de la vida, falleciera un marzo de 1982, seis meses antes de cumplir sus 90 años -  fue un ser excepcional: de inteligencia brillante y temple de acero. No existió para ella dificultad que no pudiera vencer, obstáculo que pudiera detenerla, dolor que no pudiera sobrellevar con entereza...
Lo mismo podía hacer una delicada carpeta al crochet, que levantar, sin ayuda, una pared de ladrillos; lo mismo podía confeccionar un bonito vestido para su nieta a partir de una camisa en desuso,  que clavar los postes y tender el alambrado de un gallinero.
Tanto podía trabajar la tierra y formar hermosos jardines o  productivas huertas, , como hacer los mas ricos dulces.
Para ella nada era imposible: vienen tres comensales de mas, no importa. La comida siempre alcanzaba y sobraba. No hay con qué cocinar, no importa. De algún lado salían los platos más sabrosos.
Si las nietas tenían que bailar en la escuela de danzas, allí estaba ella para hacerles los trajes más hermosos. Si un vestido les quedaba chico, ella se ingeniaba para transformarlo en uno más grande y tan lindo como el anterior.
Si un hijo se cambiaba de casa, sabía que contaría con ella para arreglarla, colgarle cortinas, hacer cubrecamas y hasta agregar estantes en los armarios y roperos.
Podía transformar un viejo y desvencijado cochecito en un precioso moisés para las muñecas usando el tul de la cuna en desuso...
Tenía una voz muy bonita y su nieta mayor aún recuerda las antiguas canciones que ella le cantaba mientras al hamacaba sobre sus rodillas, la vez que fuera a visitarlos en Santa Fe.
Nunca perdía la alegría el buen humor y el entusiasmo cuando se proponía hacer algo y siempre lo terminaba con éxito, no importaba de qué se tratara.
Era como un hada madrina que llegaba y lo transformaba todo! -  ¨Ya va a venir la abuelita y nos va a dejar la casa hecha un chiche¨ -  nos decía mi madre encantada de que nos visitara. Y así era, hasta los juguetes rotos eran transformados en nuevos por su ingenio y su  habilidad increíbles!...
Son tantos y tan lindos los recuerdos que tenemos de ella...! Sería imposible escribirlos a todos...! Además, las lágrimas ya no me dejan ver las teclas...
                                            ABUELITA: JAMÁS TE OLVIDAREMOS!!!