Carlos Alejandro Soria Vildòsola

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Lugar: Argentina

lunes, 17 de febrero de 2020

RIVADAVIA 290 2° PISO DPTO 3 CÓRDOBA

La casa de la abuelita Adela! De niños, ir a la casa de la abuelita Adela era nuestra mayor alegría: era sinónimo de besos, abrazos, comidas exquisitas, dulces caseros...
Era volver a sentir esos aromas tan particulares y queridos..
Era volver a encontrarnos con los primos a los que hacía tiempo que no veíamos...
Era volver a Córdoba!
Córdoba con sus calles, sus perfumes, la casa quinta de Pilar..
La emoción nos embargaba ni bien avistábamos el edificio.
De principios del siglo XX, era muy parecido a todos los de la época con su revoque cortado color arena y sus aberturas negras.
Visto de la vereda del frente, era un edificio rectangular, rematado arriba por una balaustrada. La planta baja tenía en el centro una puerta de dos hojas, muy importantes, cuya parte superior formaba un arco. Era de color negro y tenia dos preciosos pomos de bronce trabajado.
Esa puerta daba acceso a los cuatro Dptos, dos por piso.
A ambos lados de la puerta principal había dos locales comerciales.
Tanto en el primer piso como en el segundo, ubicadas encima de los locales comerciales, había en cada piso dos puertas balcones y hacia el centro del edificio, sobre la puerta principal, dos ventanas, una para cada Dpto. Todas las aberturas que daban al frente tenían la misma línea curva en su parte superior.
Los escalones y escaleras del edificio eran de mármol blanco.
Una vez traspasada la puerta principal y después  de caminar unos pasos, se encontraba uno con unos cuantos escalones que llevaban a la puerta cancel. Esta era de cuatro hojas, también negra y con los  vidrios biselados. Luego llegábamos al antiguo ascensor y  las muy cómodas escalera, hacia la izquierda. Hacia la derecha, entrando algo así como un metro, estaban los cuatro buzones de madera marrón, con sus puertecitas con llave y un pequeño letreo blanco con letras negras que decían : Dpto 1, Dpto 2, Dpto 3 y Dpto 4. En épocas en que se podía dejar la puerta de calle abierta, los carteros entraban y dejaban en ellos la correspondencia.
Todo ese espacio estaba iluminado por un hermoso farol negro con vidrios biselados que colgaba del alto techo.
Los dos Dptos del segundo piso tenían una inmensa terraza. Pero la del departamento de la abuelita Adela era la mejor, porque daba a la calle Lima lo que le permitía tener una hermosa vista de la ciudad hasta después del río. Cuando estábamos en la terraza al atardecer, mi abuelita siempre me decía: Mirá esas son las luces de Alta Córdoba.
La terraza de la abuelita Adela estaba llena de plantas, las había de todas clases, de distintas flores, de bellas hojas y también para la comida, como perejil, orégano y romero.
Yo viví en ese departamento cuando era recién nacida, pero luego fuimos a vivir a Formosa, después a Viedma, en Río Negro, luego a Santa Fe y , por último a Neuquén, Durante todo ese tiempo no volvimos a Córdoba. Yo recién conocí la casa de la abuelita cuando tenía 8 años, después de la muerte de mi padre. Mis tías y mi abuelita nos visitaron cuando vivimos en Santa Fe, en Viedma y también en Neuquén, pero yo conocí a mis primos recién a los 8 años y desde entonces hemos sido como hermanos.
Al morir mi papá - cuando contaba sólo 38 años - mi madre, mi hermano y yo seguimos viviendo en Neuquén , donde mi madre tenía su trabajo, pero, apenas terminé mi secundario, volví a Córdoba para estudiar en la universidad y, por supuesto, fui a vivir a la casa de la abuelita Adela, en donde permanecí hasta el día en que me casé.
Fueron años inolvidables en los que compartimos con mis primos aventuras, travesuras y reuniones, pero el acontecimiento más importante era, cada año, el cumpleaños de la abuelita.
En esas ocasiones se empezaba con más de una semana de anticipación para dejar la casa reluciente. Luego se seguía con los postres, tarea en la cual interveníamos todos, sobre todo para batir con tenedor las claras para la cubierta del alfajor santiagueño, teniendo en cuenta que por esa época no se conocían las batidoras eléctricas o al menos nosotros no las conocíamos. El batido pasaba de mano en mano a medida que nos íbamos cansando y, cuando descansábamos teníamos que seguir batiendo.
Todo se hacía en la casa. Por último se preparaban las comidas para que estuviesen recién hechas.
Estas fiestas eran siempre un éxito y la abuelita se sentía muy feliz de verse tan agasajada.
El departamento constaba de tres dormitorios, un baño, un living no muy grande y un espacioso comedor. Tenía, además un amplio pasillo que, partiendo de la puerta de entrada, describía casi una S recorriendo toda la casa para terminar frente a los diez escalones de mármol que llevaban hasta el patio que estaba delante de la cocina. En ese patio estaba también la escalera de hierro que subía a las habitaciones de servicio y la terraza.
Después de casada y ya viviendo en Sgo del Estero a donde me llevó mi marido santiagueño, venía con frecuencia a Córdoba a disfrutar de la casa de la abuelita. A veces lo hacía sola, otras veces con toda la familia. En esas ocasiones, mi hija y yo parábamos en Rivadavia 290 y mi marido con los hijos varones iban a un hotel.
Mi  hija era la que más disfrutaba de estos viajes a Córdoba, ya que ella es la única cordobesa, sus hermanos son santiagueños,  y de la estadía con su bisabuela y sus viejas tías que la llenaban de mimos.
A la muerte de mi abuelita y mis tías, tuvimos que vender esa propiedad que guardaba tantos recuerdos. Fue muy doloroso, al punto que, aún hoy, muchos años después, yo no he vuelto a pasar por esa calle. No se si le habrán hecho algún cambio o si sigue siempre igual, no quiero saberlo, quiero guardar el recuerdo de cómo era cuando era la casa de la abuelita Adela...

COMENTARIOS Y RECUERDOS

José Luis Rovaretti  y yo (nietos de la abuelita Adela) :
- Hermoso, prima, sólo te faltó que para el cumple de la abuela se comían los mejores pastelitos y merengues del mundo, ja ja ja .
- Tienes razón, me había olvidado de los pastelitos y los merengues. Lo voy a agregar.  Pero te aviso. que lo voy a agregar como comentario tuyo, así que si vuelves a mirar vas a encontrar tu comentario.
-ja ja ja y los huevos quimbos?
- Eso también.
-Qué lindas reuniones esos cumples de la abuela!!!
- Inolvidables!!!! Qué ganas de comer huevos quimbos!!!
-Siii Qué riiicoooos!!! Busqué en google porque no estaba seguro de si era con Q o con K. Es con Q y con doble AA de abuelita Adela! ja ja ja
- Hacía uno sólo, grande, con forma de budinera y lo sumergía en un almíbar al que le había agregado unas gotas de anís, te acuerdas? Qué delicia!!! Nadie lo hacía como ella, porque le daba el punto justo al almíbar. Yo los he comido en otras partes, pero con un almíbar aguachento que les quitaba toda gracia.
- Y los pastelitos??? Esos sí que eran únicos!!!
- Bien altos, con mucho hojaldre, dulce de membrillo y azúcar...!!
-En fin, todo lo con AA era extraordinario!!
- Así es, José Luis, irrepetible!! Gracias a Dios que lo pudimos disfrutar!!
-Y recordarlo como recordamos a esa vieja divina!
-Inolvidable y única!
- La recordamos con el corazón y con el estómago! ja ja ja
- Ja ja ja

Federico José Soria (biznieto de la abuelita Adela) :

Mis recuerdos más antiguos se remontan a cuando aún vivía la abuelita Adela:  yo tendría unos cuatro años, estaba durmiendo en la habitación del balcón que, por ese entonces tenía dos camas, un ropero y un toilette. Era de noche, en una de las camas estaba acostada la abuelita Adela y yo en la otra. La abuelita me hacía jugar y yo me pasaba a su cama . No recuerdo a qué jugábamos, ero nos moríamos de la risa. Entonces alguien venía y nos retaba, nos decía que nos durmiésemos. Nos hacíamos los dormidos y esperábamos un rato, después yo me volvía a pasar a su cama y de nuevo las risas hasta que nos volvían a retar. No puedo recordar quien era la que nos retaba y no nos dejaba jugar tranquilos..
De esa misma época recuerdo también haber estado con las ventanas cerradas porque afuera se escuchaban disparos de armas de fuego.
Años más tarde empecé un tratamiento de ortodoncia que me obligaba a viajar seguido a Córdoba. De esa época recuerdo que llegábamos muy temprano, cuando aún era oscuro. Me gustaba subir por el ascensor llegar al Dpto 3 donde siempre nos abría la puerta la Marité. Caminábamos por el pasillo y pasábamos frente a una gran ventana con vidrios celestes y blancos que no eran transparentes, pero uno de ellos tenía una pequeña rotura de forma triangular por la que todos miraban cada vez que sonaba el timbre o sentían el ascensor para ver quien venía. Por el pasillo subíamos a la cocina donde la Marité nos preparaba el desayuno en unas enormes tazas de loza blanca con dibujos azules. Tengo grabada la imagen de la cocina y la puerta que daba a la despensa. Dentro de la despensa, colgada en un clavo de la pared, había una bolsa de tela de color rojo y algo más, en donde guardaban el pan.
Después del desayuno recuerdo que esperaba ansioso la hora en que abrían los negocios: al lado del edificio, haciendo esquina con Lima  había una casa en la que vendían golosinas y, por Rivadavia, frente al Hotel City, había una enorme juguetería y yo estaba siempre a la espera de lo que podía ligar. Después esperaba con ansias que fueran las 12 para ver La isla de Guiligan, que me encantaba y en Sgo no la daban.
.Esto cuando era mas chico, después puse mis ojos en Todo Hobby, una juguetería que tenía los mejores juguetes que uno podía querer y quedaba sobre 9 de Julio,  por la pasábamos forzosamente para ir y volver de la dentista.
La dentista tenía su consultorio en 9 de Julio casi cañada, así que íbamos y veníamos por la peatonal donde vendían unas bolsitas de chocolatines Arcor, blancos y negros, que siempre me compraban cuando volvíamos y llevaba al Depto.
La terraza me pareció enorme cuando la conocí. a mi me encantaban las inmensas macetas con sus diferentes colores, en especial dos: una celeste con flores blancas y otra verde con flores blancas.
Otra cosa que tengo presente es un costurero que tenía la Marité que se abría hacia los costados en forma de escalera y que yo usaba para simular una base para los cohetes que armaba con el Rasti. El costurero era una de las bases, la otra era ese mueble que estaba en el pasillo donde guardaban los álbumes de fotos.
Me parece ver a la Marité sentada frente al toilette, siempre con sus blusas rojas o de colores brillantes pintándose los labios bien de rojo.
Recuerdo los ravioles de La Suiza. Y también la piecita de arriba a donde me mandaban a dormir cuando era mas grandecito: al principio no me gustaba que me mandaran allí, pero después me empezó a gustar, tenía un olorcito particular, rico, que la hacía acogedora. Cuando uno abría la puerta de la piecita había algo así como un balcón desde donde se podía ver parte de la calle Alvear. Disfrutaba, además de la tranquilidad de estar separado de todos.
Me acuerdo también de la Marité cuando, ya ciega, abría la puerta de su ropero en donde tenía colgado un organizador en forma de una serie de bolsillos y decía:- Menos mal que siempre he sido ordenada, como si hubiera sabido que iba a quedar ciega-.  Ella sabía exactamente que tenía en cada bolsillo.
También recuerdo a la vecina del departamento del frente que había puesto un gran espejo dorado que resaltaba cada vez que ella abría su puerta y del sillón de hierro que había hecho colocar en el pasillo frente al ascensor y al que mis tías le llamaban   "el trono" porque no se explicaban cual era la finalidad de semejante armatoste.

María Adela Argüello  (nieta de la abuelita Adela):

Mi papá falleció en diciembre de 1948. Afines de 1949, cuando yo acababa de cumplir mis 8 años, la abuelita viajó a Neuquén y, después de pasar un tiempo con nosotros - tiempo en que nos dejó "la casa hecha un chiche" según la expresión de mi mamá, con cortinas en la cocina y cubrecamas en la habitación de mi hermano y mía, algunos almohadones y vaya a saber qué otras paqueterías -  volvió a Córdoba.
 Esta vez no viajaría sola, yo iba con ella. Llevábamos además de la valija, un pequeño triciclo que mi hermano ya no usaba, sin duda para alguno de mis primos.
Recuerdo que hicimos el viaje de Neuquén a Bs. As en segunda clase. La gente que viajaba en el vagón no tardó en bajarse en los pueblos cercanos y quedamos las dos como únicas ocupantes del mismo. Éramos las únicas valientes que se animaban a viajar 29 horas en asientos de madera, con respaldos cortos y, por cierto, no reclinables.
Mi abuelita puso el triciclo, que estaba bien embalado, sobre uno de los asientos para que yo lo utilizara de almohada.  El viaje no debió parecerme tan terrible porque esto es lo único que recuerdo. Sin duda la abuelita debió llevar comida y agua y, al llegar a Bs. As el bueno de Caletti debió estarnos esperando para ponernos en el ómnibus o en el tren  que nos llevaría a Córdoba en donde nos recibirían mis tías. Así debió ser, pero yo no lo recuerdo.
Conocí a mis primosi y a mis tías: mi tía Susana había vivido un tiempo con nosotros en Viedma y mi tía María Teresa  nos había visitado en Santa Fe, pero a mis tías Quica y Chela era como si no las hubiera conocido antes...
Recuerdo el encuentro con mis primos: Nilda María, de 5 años; María Guillermina, de 5 años, Eduardo Enrique de 3 y Susana Beatriz, de 3. Mis tías nos reunieron y nos presentaron. Nos miramos muy serios,  sin decir palabra. Nos observamos un rato como a bichos raros y luego cada uno buscó el refugio de sus padres...  Después nos hicimos muy amigos y me llevaron a conocer la casa quinta de Pilar, en donde vivían María Guillermina y Eduardo con mis tíos Chela y Juan. Allí vi por primera vez al más pequeño de mis primos: José Luis, el bebé más bonito del mundo,  que había nacido el 17 de octubre pasado y contaba por ese entonces con  unos pocos meses de edad. Un niño adorable, que jamás lloraba y soportaba que lo tratásemos como nuestro muñeco.
También conocí la casa de Boulevar Mitre, en Alto Alberdi - cerca del cementerio San Jerónimo - en donde vivían mis primas Nilda María y Susana Beatriz con mis tíos Dante y Quica, a donde me invitaron a ir a jugar con frecuencia.
Lo primero que llamó mi atención en mi nueva vida fue la costumbre que tenían mis tías y mi abuelita de rezar todas las noches de rodillas ante el crucifijo que estaba entre las dos camas que, por ese entonces,  había en la habitación del balcón. Ponían almohadones en el suelo a los pies de las camas y alli se arrodillaban y me hacían arrodillar también a mí. Creo que rezaban por el alma de mi papá cuya temprana muerte las había afectado muchísimo.  Con el tiempo dejaron de rezar...
Algo que nunca pude olvidar fue la noche de verano en que dormimos con mi abuelita en un colchón en el suelo frente al balcón.
Yo estaba acostada al lado de mi abuelita y  una fresca brisa entraba por el balcón y me producía una sensación deliciosa... Al despertar al otro día recuerdo que me sentía tan feliz que no pude menos que exclamar  :"La noche más feliz de mi vida!".
Por esa época, la casa tenia tres ventanas que daban a un pozo de luz, con sus vidrios empapelados simulando vitrales. El fondo del papel era colorado y los dibujos, que representaban figuras de las que aparecen en los escudos familiares: águilas con las alas abiertas mirando a un costado, leones alados rampantes, y tal vez otros que no puedo recordar, en color dorado. Muchísimos años después el papel se fue arruinando y debieron sacarlo. Estas ventanas estaban: una en el baño, otra en la habitación que estaba del otro lado del pozo  de luz y, la más pequeña de las tres, en donde  últimamente se encontraba   el living. Mucho tiempo después  la transformaron en repisa.
 Cuando yo llegué a Córdoba,  esa habitación servía de comedor de diario, con sus antiguos muebles negros y sus sillas, de altos respaldos, tapizadas en brillante  cuero negro repujado. El enorme aparador tenía dragones tallados en sus puertas. En ese aparador la abuelita guardaba la loza de diario, compuesta por un bellísimo juego de porcelana inglesa de color blanco con bordes azules. De este juego quedaron solamente unas fuentes enormes que mi abuelita usaba cuando hacía tallarines.
A mi me fascinaban unos platitos de postre que parecían pequeños platos soperos, en los que se servían los dulces en casquitos, el arroz con leche y las compotas.
 En una esquina del comedor de diario había una repisa, sobre la cual estaba el teléfono y, debajo de la misma había  un cántaro de barro con agua. El agua del cántaro permanecía siempre fresca y tenía un sabor incomparable, mejor que el de cualquier otra que yo hubiese probado jamás.
En ese tiempo, la cocina era mucho más chica porque a su lado había una despensa a expensas de la cual la ampliaron años más tarde.
En la despensa habían colocado el otro aparador del comedor de diario . En él se guardaban comestibles y los frascos de dulce que, todos los veranos se hacían en la casa quinta de Pilar para que no faltara el dulce durante el resto del año.
A la salida de la despensa había un roperito con ropa, sombreros ´, pieles y carteras de principios del siglo XX que mi abuelita guardaba porque , gran costurera, usaba a menudo parte de ellos para hacer cosas nuevas.
Por entonces no se cocinaba con gas, sino con unas grandes cocinas de hierro llamadas "cocinas económicas" que utilizaban carbón. Por esta razón mi abuelita se levantaba muy temprano (5,30 a 6) para prender el fuego, de manera que para las 7 en que tomábamos el desayuno para ir a la escuela, los carbones estuviesen bien prendidos y no despidiesen el desagradable olor del carbón a medio prender que impregnaba la ropa.
La mesada era de material revestida de mosaicos rojos y tenía un espacio para guardar las ollas. Lo que no recuerdo es si la parte superior de la mesada, en donde se trabajaba, era también de mosaico rojo o tenía una cubierta de piedra similar a la que quedó junto a la pileta.
En la cocina económica se podía cocinar con la hornalla tapada o abierta, que era mucho más rápido pero tiznaba las ollas.
El tiempo en que  no iba a la escuela, yo lo pasaba con mi abuelita en la cocina. Ella me enseñó a cocinar. Lo primero que aprendí fue a picar bien chiquito el ajo y el perejil con una enorme y pesada cuchilla que ella tenía. Un día le dije:
-Que pesada es esta cuchilla!
-Sí, me dijo, si le pego a alguien con ella lo mato.
-Una cuchilla para asesinar!  dijimos y nos echamos a reir!
Desde ese día le quedo el nombre de cuchilla de asesinar.
Después me enseñó a golpear la carne de las milanesas para que quedase tierna y a pasarla por el huevo y el pan y apisonarlas  bien con la mano para que el pan no se despegara al freírlas. Mas tarde a pelar el seso para preparar el relleno de los ravioles y canelones y para hacer torrejas de seso. También hacíamos torrejas de acelga, de arroz y buñuelos de manzana.
Otro día aprendí a hacer el paté de hígado, el relleno de los canelones y la salsita para el locro. Aprendí a hacer los pastelitos de hojaldre y dulce de membrillo y a estirar las masas para el alfajor santiagueño; a batir la clara para los merengues, a preparar mazamorra y la crema de leche y maicena que colocábamos en compoteras y les poníamos unas cucharadas de caramelo  encima de cada una...
También aprendí de ella a cuidar las plantas, removerles la tierra, limpiarles las hojas. ..Aprendí que algunas plantas prenden de gajo y cómo se puede hacer una plantita nueva...
Cuando volvimos  a Neuquen, llevamos muchos gajitos para plantarlos allá. Preparamos canteros en el patio y los plantamos. Todos prendieron!
Me enseñó muchas cosas más que sería larguísimo de relatar.
Aunque sólo tenía 8 años, jamás olvidé nada de lo que mi abuelita  me enseño...!

Carlos Enrique Soria (biznieto de la abuelita Adela):

Lo que yo recuerdo es que íbamos con Mariano a la terraza. No sé si íbamos porque nos mandaban para que no molestáramos adentro o si lo hacíamos por nuestra propia voluntad para ver qué se podía encontrar de interesante .   Había allí un cuartito que despertó nuestra curiosidad: fuimos a investigar y encontramos un mueble con innumerables frascos, todos con tapas de diferentes colores.
 También me acuerdo dela cantidad de apoya platos de lana  de todos colores - tejidos por la abuelita Adela - que tenían en la cocina y el comedor.. Del viejo tocadiscos , cerca del baño, al que nos encantaba tocarle los botones... El viejo televisor en blanco y negro en la esquina del comedor... El estar, con los altos sillones y los retratos... La bañera antigua del baño... Las enormes tazas del desayuno. La inmensa mesa del comedor... El pasillo largo con el calefactor y el viejo teléfono o portero en la curva antes de subir las escaleras para la cocina... La vecina del frente, cuyo nombre no recuerdo, que tenía una hija como de la edad de Mariano o más chica...
Realmente qué hermosos recuerdos de la infancia!!!...


























































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