Carlos Alejandro Soria Vildòsola

Mi foto
Nombre:
Lugar: Argentina

lunes, 19 de febrero de 2018

HILDA ROSA PEREGRINA GOTTARDI MARASSO


 La tercera de diez hermanos, nació en Córdoba (Rep. Argentina) el 12 de enero de 1921, hija de Guerino Jerónimo Gottardi (2-3-1883 / 1-9-1943, hijo del conde veneciano: Pietro Gottard y de Rosalía Braide) y de Rosa Marasso (6-3-1892  /24-4-1948, hija de Francisco Marasso Rocca y de Clementina Porto Lorca yhermana del poeta, escritor y humanista: Prof. Arturo Marasso, que fuera Miembro Correspondiente  de la Real Academia Española).
A los 19 años contrajo nupcias con ENRIQUE ARGÜELLO DÍAZ y  FAUTARIO, perteneciente - por lado paterno-  a una de las más distinguidas familias cordobesas, hijo de Enrique Argüello Díaz (heredero de las estancias Ascochinga, por su padre: Pablo de Argüello y Rueda y Santa Catalina por su madre: Guillermina Diaz y Allende); y relacionado con la nobleza europea por el lado de su madre María Adela Augusta Fautario de Monche (nieta del conde francés:  Augusto de Monche y del príncipe florentino:  Samuel Fautario).
De este enlace nacieron cuatro hijos: José Anselmo ArgUello Díaz y Gottardi,fallecido al nacer; María Adela Argüello Díaz y Gottardi, que se desposó con un médico santiagueño :Carlos Alejandro Soria Vildósola, razón por la que vino a vivir a Santiago del Estero,  Enrique Argüello Díaz y Gottardi, abogado, que vivió y falleció en Neuquén, lugar en donde descansan sus restos; y Martín Ignacio Argüello Díaz y Gottardi, fallecido también al nacer.
Cuando María Adela estaba por cumplir dos años, nació Enrique, por ese entonces vivían en Formosa, corría el mes de octubre  del año 1943. El niño tenía sólo días de vida cuando Hilda recibió,  de boca de su esposo,  la noticia de la trágica muerte -atropellado por un tren que hacía maniobras en una vía muerta -  de su padre al que adoraba y de quien, según ella, era la preferida. Esto fue algo que le resultó  muy difícil de superar. 
En 1947, Enrique Argüello Fautario fue trasladado a la capital de Neuquén como contador de Vialidad Nacional, por este motivo la  familia fue a vivir a esa ciudad donde recién  después de varios meses de tener que vivir en un hotel, consiguieron alquilar una casa en el 272 de la calle Chubut de la capital  neuquina.
 No habían terminado aún de arreglarla a su gusto cuando, la tarde del 29 de noviembre de 1948, Enrique recordó que aún no habían traído la radio del hotel en el que habían estado viviendo. Como quien da un paseo, acompañado de su hijo de 5 años, decidió caminar las dies cuadras que separaban la casa del hotel.
Ya de regreso, como hacía mucho calor, pararon en una confitería a tomar : un helado , el niño y una cerveza, él.
 Enrique sintió que la cerveza muy helada no le había sentado nada bien. Comenzó a sentir un fuerte dolor en el pecho. Lo primero que vino a su mente fue que tenía que llevar a su hijo a casa, así que, sin pensar en sí mismo, tomó la mano del niño y la radio y caminó las cuatro cuadras que lo separaban de su domicilio.
Aduras penas pudo llegar. El dolor se había hecho insoportable. Se dejó caer en la cama respirando con mucha dificulad y emitiendo roncos quejidos. Hlda se desesperó. No  tenían luz porque aún no les habían conectado el medidor y ya estaba oscureciendo. Buscó unas velas y, al no encontrar ninguna le pidió a María Adela que fuese a la almacén de la esquina a comprarlas mientras ella iba a la casa de los vecinos a pedirles el teléfono para llamar una ambulancia
.Dejando a sus hijos en casa de los vecinos acompañó a su esposo al hospital, donde le dijeron que debía quedar internado par hacele algunos estudios.Esa noche volvió a su casa para cuidar de los niños y, al día siguiente volvió al hospital para  conocer el resultado de los estudios: le dijeron que estaba muy grave, con un infarto y que no podía moverse de la cama. Ella decidió quedarse todo el día con él y la noche de ser preciso - los vecinos se habían ofrecido a cuidar de los niños - .
 Esa noche el estado de Enrique se agravó. Hilda se acercó al médico que lo estaba atendiendo para preguntarle como seguía su esposo. El médico le dijo fríamente: ¨Espere lo peor¨... Hilda sintió que lo odiaba...
En la madrugada del primero de diciembre fallecía Enrique de un infarto masivo, a los 38 años, dejando a su joven esposa con sus dos pequeños hijos: María Adela de 7 años y Enrique de sólo 5, prácticamente en la calle.
 Hilda hizo traer a sus hijos al hospital. Cuando los niños llegaron el cuerpo de Enrique ya había sido puesto en una camilla baja para ser trasladado a la morgue. Hilda les dijo a sus hijos: ¨Denle un beso a su papá que está muerto¨. Enrique obedeció inmediatamente. María Adela se negó a aceptar la muerte de su padre y dijo: ¨No, no está muerto, está enfermo y no lo voy a besar para que no me contagie¨. Su pequeño hermano le recriminó toda la vida esta actitud...
La muerte de Enrique,de forma tan imprevista y a tan temprana edad , fue un dolor muy grande , no sólo para su pequeña familia, sino también para su madre, sus hermanas y su familia política, que lo adoraban y jamás pudieron olvidarlo.  Lo mismo que sus amigos y cuantos lo habían conocido. Sus restos fueron llevados por tren a su Córdoba natal, donde fueron enterrados, junto con los de su padre. Su hija, que en ese entonces sólo contaba con siete años, aún recuerda el arribo  del tren a Córdoba, donde esperaba su llegada un andén repleto de gente que portaba muchísimas  coronas de flores, casi todas blancas ... Ella nunca había visto tanta gente junta y tantas flores...
Dios no abandonó a la familia y fue así que Hilda, después de un tiempo de verdadera angustia y gracias a Eva Perón,  fue nombrada en Vialidad Nacional, con lo que tuvo la posibilidad de  criar y educar a sus hijos.
Alrededor de 15 años más tarde, estando ya sus dos hijos en Córdoba estudiando medicina María Adela y abogacía Enrique,  contrajo nuevas nupcias con Fermín Roberto Cuestas: hombre muy apuesto, de porte distinguido, don juan y solterón empedernido, del que se enamoró perdidamente y al que logró conquistar y transformar en un excelente esposo, muy gentil y cariñoso.
Fueron siempre muy unidos y compañeros inseparables , al punto que, cierto día, durante un alnuerzo, Fermín le dijo a María Adela - ya casada y con hijos - ¨La verdad es que yo no sé que hubiera sido de mi vida sin tu madre¨.
 El nuevo matrimonio siguió viviendo en Neuquén. No tuvieron Hijos.
Hicieron su casa en la calle Bs. As. 1233. entre Leloir y Cavihaue,  de la ciudad capital, en donde vivieron muchos años.
La muerte de Fermín, un 21 de septiembre,  fue  un golpe muy duro para  Hilda que ya no era tan joven.  Con mucho dolor enterró a su segundo esposo en el monumento que la familia Cuestas tiene a la entrada del cementerio de Cipolletti, donde descansa junto a sus padres y hermanos.
Atesorando recuerdos  continuó viviendo en su casa, llena de rosales y margaritas, acompañada por la fiel criada de la familia Cuestas, Luisa Painenau, que nunca más se separó de ella.
En la misma ciudad y a sólo unas pocas cuadras, vivía su hijo Enrique,  ya casado, que la adoraba. Enrique, que era toda su alegría y el por qué de su vivir,  con apenas 60 años enfermó de cáncer y el 29 de enero de 2005, a los 61 años, la dejó para siempre.  Este  fue, probablemente,  el dolor mas grande de su vida, del que nunca se pudo recuperar.
 Esto y tener que dejar su amada casita y sus rosales, para venir a vivir a Santiago del Estero, traída por su hija, en vista de que tanto ella como Luisa, su compañera de tantos años, estaban demasiado ancianas - Luisa semi inválida - para seguir viviendo solas y tan lejos, hizo que se fuera apagando como una vela.
A pesar de que se trato de armarle una casa lo más parecida posible a la suya, con todos sus muebles y sus cuadros y recuerdos -  menos los rosales -  nada pudo consolarla; y un día, mientras dormía apaciblemente acompañada por una empleada que ella había pedido para que estuviera siempre con ella -  ya que no quería molestar a Luisa, que la había seguido desde Neuquén, pero estaba muy anciana y casi no caminaba - falleció, por un silencioso infarto, a la edad de 95 años, en el atardecer del 17 demarzo de 2016.
 Luisa Painenau, que fuera, mas que su servidora, su compañera, su amiga, su hermana, de una bondad y fidelidad que no tienen comparación, la sobrevivió muy poco tiempo:  tan solo  18 meses.
 A la muerte de Hilda,  Luisa pareció no tener ya motivos para vivir y se fue viniendo abajo. Sin estar enferma perdió su interés por la televisión, por el tejido, empezó a no querer ya levantarse, hasta que un día, estando sentada a los pies de su cama mientras se la acomodaban, se recostó y ya no volvió a moverse.  Tenía 90 años. Era la tarde del 24 de septiembre de 2017
Ambas descansan juntas en el cementerio privado Parque de la Paz.

OTRA VEZ JUNTOS 70 AÑOS DESPUÉS

 ENRIQUE SEGUNDO ARGÜELLO FAUTARIO falleció en Neuquén el 1 de diciembre de 1948. Sus restos fueron trasladados a Córdoba, para ser enterrados, junto con los de su padre, en el panteón de los Juárez Celman, sus parientes.
Cincuenta años mas tarde, su hija María Adela los hizo cremar para llevarlos con ella a Santiago del Estero.
Alrededor del año 2000, no puedo precisar bien la fecha, Hilda - ya viuda de su segundo esposo -  fue a visitar a su hija. En esa oportunidad ella le comentó que tenía las cenizas de su padre en su domicilio. Contra todo lo que podía esperarse de una mujer que había vivido muy enamorada de su segundo marido, Hilda se emocionó y pidió ver la caja con las cenizas. Cuando la tuvo en sus manos quedó un rato en silencio y luego preguntó - ¨Que vas a hacer con ellas?¨ - ¨Les pediré a mis hijos que las entierren conmigo¨ - contestó su hija.
Pasó el tiempo y, cuando Hilda ya vivía en Santiago del Estero, volvió a preguntar: - ¨Qué vas a hacer con las cenizas de tu papá?¨ - ¨Las voy a enterrar conmigo¨ - contestó la hija.   Hilda quedó un rato pensativa y luego pidió: - ¨Que las entierren conmigo¨ -
Ese pedido de su madre emocionó profundamente  a su hija que sinceramente creía que su madre había olvidado completamente a su padre tras su nuevo amor.
Al fallecer Hilda comenzaron los trámites para enterrar las cenizas junto a ella.  Se tropezó con un gran obstáculo: había que presentar el certificado de defunción.
En el Registro Civil de Córdoba no se encontraron esos datos. Hacían casi setenta años de su fallecimiento. Qué hacer? sin ese documento no se lo podía enterrar en el Parque de la Paz. Afortunadamente los del Registro Civil de Córdoba les dijeron que averiguáran en el Cementerio San Jerónimo, donde había sido enterrado.
Llovía torrencialmente, totalmente mojados y con frío su hija y uno de sus nietos llegaron al Cementerio San Jerónimo, donde les dijeron que debían tramitar eso en el Registro Civil. Ellos mostraron los papeles que acreditaban que todos esos trámites habían sido hechos sin éxito y les rogaron que se fijaran si había allí algún dato que confirmara su deceso y su entierro en el panteón de los Juárez Celman. Afortunadamente ellos fueron muy amables y les consiguieron una constancia con firma del encargado y sello del cementerio. Recién con esa constancia se pudo llevar a cabo el entierro.
 El mismo fue muy sencillo y muy sentido: un día sábado, a las cinco de la tarde - plena siesta del verano santiagueño -  en el cementerio, esperando la llegada del diácono para comenzar la ceremonia, estaban: su única hija viva, tres de sus nietos y  uno de sus bisnietos acompañando la caja que conteía sus cenizas. Sobre la misma se colocaron dos claveles rojos, representando a sus ijos, tres claveles blancos por sus nietos y algunas ramas verdes en nombre de sus bisnietos.
 Luego de que fueran bendecidas la caja, las flores y la tumba, se rezaron las oraciones correspondientes y la caja junto con las flres fueron colocadas en el fondo del sepulcro.
El pequeño cortejo permaneció unos minutos orando en silencio y luego se retiró con la satisfacción de haber podido cumplir con la voluntad de Hilda y con la que, sin duda, hubiera sido también la voluntad de Enrique Segundo: descansar para siempre junto a la mujer a la que tanto había querido, de la que solía repetir ¨Si me tuviera que casar cien veces, cien veces me volvería a casar con Hilda¨
Ahora Hilda descansa junto a Enrique, su primer esposo y padre de sushijos.
Ahora también, sus nietos y bisnietos pueden visitar a sus dos abuelos juntos.

ANÉCDOTA:
Cuando Enrique Argüello Díaz fue a anotar al Registro Civil a su primogénito, había decidido llamarlo igual que él: Enrique. Pero claro, este sería el segundo Enrique en la familia, así que bromeó con el empleado del Registro Civil diciéndole: - ¨Éste va a ser Enrique segundo¨ -
 Pero el empleado no captó la broma y, al llegar a su casa, Enrique  advirtió que su hijo había sido anotado: Enrique Segundo Argüello